Fue un impulso. Lo lógico hubiese sido destruirle en ese mismo momento y lugar, pero algo en su interior se lo impidió. Una pequeña voz desde lo profundo de su alma. Chillona e insistente que no dejaba que le matase a gusto.
Así que hizo lo segundo más lógico. Intentar que se uniese a él. Seguro que si sus acólitos se enteraban le mirarían con desconfianza, pero él no tenía que dar explicaciones a nadie. Era Hades. Dios del inframundo y podía hacer lo que quisiese.
Por eso se acercó tanto a él y le tomó la cara entre sus manos. Porque podía hacer lo que quisiese y porque en esos instante era lo que deseaba hacer. El caballero no se apartó como hubiese esperado; al parecer el recuerdo del chico que habitaba podía más que saber que él era Hades, su enemigo.
Intentó por todos los medios seducirle y atraerle a su lado, pero ninguna promesa le parecía suficiente; y él empezaba a ver cómo su alma se turbaba al contacto con aquel chico de ojos hipnotizantes.
Cuando el caballero de Pegaso cogió su mano para retirarla de su cara algo se sacudió en su alma, o quizás fue en la del pequeño que había vivido con él; no lo sabía con certeza. Sólo sabía que aquel rostro estaba provocándole sentimientos encontrados que debía aclarar.
Con toda su gracia y su negativa, abandonó aquel lugar impaciente por descubrir qué era aquel cúmulo de sensaciones vividas y dispuesto a ponerles fin antes de su próximo encuentro.